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sábado, 19 de febrero de 2011

Eres una chica lista, aún no sabemos si inteligente. Tampoco es que te pases, digamos que estás en la media por arriba y que nunca te has esforzado demasiado en llegar más lejos. Te gusta desayunar tranquila, beber tu café con leche y fumarte un cigarrillo leyendo el correo. Pero tu correo últimamente está en huelga de brazos caídos y no recibe nada interesante. Esa persona que tanto te gusta, que has deseado a rabiar y por la que no sabes bien si lo que sientes es más o menos, no te dedica ni dos minutos desde hace tiempo. Pero tú sigues abriendo el correo todas las mananas con la misma esperanza. Eres una chica lista, sí, pero qué estúpida también.

Hoy has bajado a la calle sin lavarte la cara, sólo para comprar tabaco y un café para llevar. No te pusiste gafas, piensas que si tú no ves a los demás, ellos no te ven a ti, que puedes pasar por la vida sin romper la cuarta pared. Pero también sabes que algún día tendrás que dirigirte al público, interaccionar con él, salir de tu escondite, mostrarte, llorar en público, reír alguna gracia, ofrecerte para ayudar a montar muebles de Ikea o dejar que te abrace un desconocido. No sabes cuándo llegará el momento, pero sí que tiene que llegar.

Mientras tanto, fumas, trabajas, escuchas música, ves películas raras, suenas con los ojos abiertos, te masturbas, finges que todo puede ir bien, te preparas un gintonic los jueves por la tarde, imaginas cómo sería que alguien se enamorara de ti, tienes suenos neuróticos que recuerdas al despertar, tiemblas, te medicas, lees poesía inmadura, haces listas de cosas que no vas a cumplir, lloras a escondidas, amas a escondidas, escuchas la BBC, te sientes impotente -frustrada-, cocinas, temes, procrastinas -qué horror de palabro-, te sientes impía y algo rastrera, te aterra llegar a los 35 porque no has hecho mucho que valga la pena mencionar, tienes las manos cansadas, agonizas en una rutina de lunes a domingo con ligeros toques amables.

Ese libro en tu mesilla de noche ha cogido polvo, pero a ti no te echan ninguno. Y te jode, porque nadie tiene la culpa -culpa, ese maldito sentimiento plagado de insectos negros-.

Y piensas en ella y no puedes evitar compararte. Ella debe de ser más inteligente, más interesante, más seductora, más de todo. Y la odias profundamente. Porque por ella él lo ha puesto todo patas arriba y a ti no quiso ni darte su teléfono.

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